
Existen objetos diseñados para permanecer.
Están los que se fabrican en serie, con la lógica industrial del stock y la repetición, y también los que, por razones estéticas o narrativas, simulan ser escasos sin dejar nunca de circular.
Ambos pertenecen a una economía de la abundancia, aunque a veces pretendan lo contrario.
Pero hay una categoría más rara.
Una que no se basa en la producción, sino en la desaparición programada.
Piezas que no solo son escasas, sino finitas por estructura.
No por moda. No por conveniencia.
Por diseño.

En Sigma V Soul, cada modelo se fabrica cinco veces. Ni una más.
Se numeran. Se entregan. Se archivan.
Después, no se vuelven a producir. No se relanzan. No se reinterpretan.
Ese gesto de desaparición no es un recurso narrativo, ni una pose de autor.
Es una forma de consagrar lo que se hace como algo que se agota al ocurrir.
Desde cierto punto de vista, toda obra está condenada a su repetición.
La relectura, la reventa, la copia, el remake.
Pero cuando se fija un límite tan concreto —cinco pares por diseño— se introduce un quiebre:
ya no se trata de una zapatilla que puede volver.
Se trata de una única aparición multiplicada en cinco custodios distintos.

No hay posibilidad de iteración.
Y eso cambia la naturaleza del objeto.
En la literatura, un libro agotado puede reimprimirse.
En la música, una pieza rara puede reeditarse en vinilo.
Pero en esta lógica, la zapatilla no se repite porque fue concebida como momento, no como formato.
El modelo existe, sí.
Pero su existencia está contenida en esos cinco pares.
No hay original al que volver.
Cada par es, al mismo tiempo, una obra y su huella.
Después, solo queda el archivo.
Desde la superficie, puede parecer una estrategia.
Desde adentro, es una ética.
Una forma de darle al objeto no solo función estética o práctica, sino peso simbólico total.
Alguien podría pensar: ¿y si un modelo tiene éxito? ¿No debería volverse a lanzar?
Justamente no.
Porque en el sistema Sigma V Soul, el éxito se mide por cierre, no por repetición.
Lo valioso no es que todos puedan tenerlo.
Lo valioso es que alguien sepa que lo que tiene, ya no existe en ninguna otra parte del tiempo.

Así, cada zapatilla deja de ser mercancía y se convierte en acontecimiento.
No está hecha para durar eternamente.
Está hecha para ser única en su momento, y luego desaparecer.
Y en eso —en esa desaparición voluntaria—
radica su poder.
