Vivimos en la era de las redes sociales, donde la avalancha de imágenes nos empuja a desear lo último, lo más vistoso y lo más comentado. En medio de ese frenesí, se nos olvida que lo realmente valioso no siempre entra por los ojos, sino que también está en lo que una pieza es capaz de contar. Cuando hablo de zapatillas, por tanto, no me refiero únicamente a un objeto con diseño atractivo, sino a un símbolo que transmita algo, que conecte con quien lo lleva.
Lo bonito que caduca
La industria de la moda trabaja a un ritmo vertiginoso, y cada semana vemos nuevas “tendencias” que se agotan casi tan rápido como surgen. ¿Resultado? Un consumismo desenfrenado, donde millones de personas compran modelos “bonitos” que pronto pierden la gracia al ser reemplazados por lo siguiente. Ese ciclo impide que desarrollemos una relación personal con las cosas que calzamos o vestimos.
El sentido que trasciende
Por otro lado, cuando una zapatilla —o cualquier prenda— nace de un proceso creativo auténtico, tiene la capacidad de perdurar. No solo porque su diseño sea atemporal, sino porque su significado va más allá de lo puramente estético. Ese sentido, esa historia, hace que quien la lleva sienta que pisa el mundo con una convicción especial. En Sigma V Soul, por ejemplo, cada par se produce en cinco fases que dan vida a una narrativa: Encuentro, Revelación, Confirmación, Consagración y Leyenda. No es capricho; es la manera de dotar a la pieza de un viaje que refleja la intención detrás de cada pincelada.
¿Superficial o con alma?
La diferencia entre una zapatilla bonita y una que tiene alma radica en cómo fue concebida y qué desea transmitir. Cuando solo se busca “vender rápido”, la creación tiende a ser superficial, sin un nexo real con el artista o el usuario. Sin embargo, si hay una visión profunda —una idea, un concepto, un ritual—, esa fuerza interior se nota en el resultado final. La pieza se vuelve un vehículo para expresar lo que somos y cómo vemos el mundo.
El valor de la coherencia
Optar por piezas con sentido puede sonar romántico o hasta “idealista”, pero la realidad es que, cuando compras algo que representa tus valores, tu forma de vida o tu visión creativa, estás haciendo una inversión real en tu identidad. Cada vez que calzas esa zapatilla y sales a la calle, te acompañan una serie de ideas y símbolos que la simple “moda pasajera” no puede ofrecer.
Un paso que trasciende
Si algo nos enseña la cultura sneaker y las corrientes artísticas es que no basta con lo superficial. Una zapatilla puede ser bonita en fotos y triunfar en likes, pero, si no hay historia ni intención detrás, pronto se diluirá en el siguiente fenómeno de turno. En cambio, cuando la pieza tiene sentido, se vuelve un compañero de viaje que habla de nosotros, de nuestras creencias y de nuestro modo de entender la vida.
Y eso —la mezcla de arte, narrativa y uso real— es, para mí, la verdadera razón por la que una zapatilla merece ser celebrada. No porque luzca bien con el outfit de turno, sino porque representa quién eres cuando decides pisar el mundo con todo tu ser.