
Una confesión desde abajo
Mi pie no miente.
No sabe.
No aparenta.
No le importa si sonrío por fuera.
Él solo registra el peso.
Carga. Avanza.
Sabe cuándo estoy cansado antes que yo.
Mientras mi cabeza duda,
mi pie ya ha pisado.
Ya ha decidido.

Soporte, raíz, carne
Lo olvidamos porque está abajo.
Porque lo tapamos.
Porque no se ve.
Pero el pie es lo primero que toca el mundo cada día.
Y lo último que lo abandona al caer.
Es la raíz de mi cuerpo.
Mi parte más terrestre.
El pie no filosofa.
Presiona.
Empuja.
Aguanta.
Cada paso deja algo
Mi pie ha dejado huellas que ya no recuerdo.
En suelas, en tierra, en cuerpos.
A veces fue firme.
A veces tembló.
Pero siempre fue verdadero.
El pie es honesto porque no puede fingir.
Si está roto, cojea.
Si está sucio, cruje.
Si le duele… todo lo demás se desordena.
El alma no está en la cabeza
Está más abajo.
En la piel que roza el suelo.
En la carne que sostiene la historia.
En ese lugar sagrado donde el mundo y el cuerpo se rozan sin filtro.
Por eso diseño zapatillas.
No para vestir un pie.
Sino para envolver lo más honesto que tenemos.
Un acto de respeto.
De cuidado.
De reconocimiento.

No son solo zapatillas
Son mapas para los que caminan con intención.
Son armaduras blandas.
Amuletos que saben que el cuerpo también tiene memoria.
Que cada pisada dice algo.
El pie lo sabe.
La Sigma lo acompaña.
Y lo que ocurre entre ambos…
no necesita explicación.
