
No está hecha para vitrinas.
No es reliquia ni símbolo de obediencia.
La Santa es un acto. Un gesto. Una forma de llevar lo sagrado a la calle y mancharlo de realidad.
Porque hay santidades que no vienen del cielo,
vienen del barro, de las cicatrices, de la rabia contenida.
Y eso no se contempla desde lejos.
Se pisa. Con fuerza. Con propósito. Sin pedir permiso.
No es devoción. Es fuego quieto.

La Santa no grita. No busca agradar.
Pero está. Se impone.
Tiene algo de mirada fija, de voz firme, de esas personas que no necesitas entender para respetar.
El diseño no pretende “parecer santo”.
Pretende que reclames lo que es tuyo sin bajar la cabeza.
Que sepas que puedes ser devoto de ti mismo.
Que no hace falta esperar aprobación para convertir algo en sagrado.
¿Por qué La Santa?
Porque viene de ahí:
De una mezcla entre el respeto, la rebeldía y lo que no se puede explicar.
No es religiosa.
Es espiritual a su manera.
Casi mística, pero sin aire de templo.
Más cercana a la calle que al altar.
Si la llevas, que sea con intención
La Santa no es para quien busca atención.
Es para quien ya decidió quién es, y no necesita explicarlo.
Es para quien entiende que la fe también puede ser en uno mismo.
Y que caminar con fe es un acto radical.
No te arrodilles.
No la mires desde abajo.
No le enciendas velas.
Písala.
Y pisa con ella.
