Hay algo misteriosamente perfecto en el número cinco.
No perfecto como sinónimo de simétrico o matemático. Perfecto como algo completo, suficiente, orgánico.
Cinco es lo que somos.
No como concepto: como carne, como experiencia.
Cinco dedos para agarrar, para crear, para sostener.
Cinco dedos para avanzar, para pisar firme, para perder el equilibrio y volver a encontrarlo.
Cinco sentidos para no volvernos locos. Ni sordos, ni ciegos, ni insensibles.
Cinco vértices que organizan el cuerpo humano como un símbolo que siempre estuvo ahí,
mucho antes de que alguien lo dibujara.
Cinco.
No más.
No menos.
No se trata de numerología.
Es cuerpo.
Y todo lo que tiene cuerpo tiene límite.
Y todo lo que tiene límite tiene posibilidad de sentido.
En un mundo que se desborda por el exceso, el número cinco me enseña a parar.
A crear con forma.
A no dejar que el impulso se coma la intención.
A no extender una idea más allá de su verdad.
A reconocer cuándo una obra está viva y cuándo se vuelve repetición.
Por eso hago cinco pares por modelo.
No es una cifra comercial.
Es una estructura sagrada.
Un ciclo cerrado, como una respiración completa.
Un nacimiento, una revelación, una afirmación, una consagración y una despedida.
Cinco momentos, cinco maneras de encarnar una misma pieza.
Cinco fases que no son para el cliente:
son para el modelo.
Porque no es la persona la que vive el viaje.
Es la zapatilla.
Y solo cuando ha vivido su quinto paso, puede desaparecer.
Puede volverse mito.
También pienso en esto cuando entrego un par.
Sé que va a tocar un cuerpo.
Va a adaptarse a un andar, a un ritmo, a un estilo de vida.
Y eso no me da igual.
No quiero que mis piezas se vean como arte intocable.
Quiero que se conviertan en extensiones del cuerpo real.
Cuerpo imperfecto. Dolorido a veces. Inseguro.
Pero cuerpo que avanza, que deja huella, que busca algo.
Por eso las hago para ser pisadas.
Para que cada roce, cada arruga, cada marca de uso, las vuelva más verdaderas.
Más humanas.
Como nosotros.
El cinco me ordena la creación, pero también me ordena la mente.
Me recuerda que no tengo que multiplicar.
Tengo que profundizar.
Que no se trata de ser más, sino de ser exacto.
De llegar hasta el fondo con los recursos justos.
Con lo que hace falta.
Ni un trazo más.
Ni un par más.
Y en esa renuncia, encuentro belleza.
Encuentro verdad.
Encuentro lo que quiero que Sigma V Soul represente:
no una marca que grita por atención,
sino una que susurra con sentido.
Si mis zapatillas son humanas, es porque están hechas como nosotros:
con cinco puntos de apoyo.
Cinco sentidos.
Cinco oportunidades de existir antes de desaparecer.
Y si al usarlas sientes que no estás llevando un objeto,
sino una forma de caminar contigo,
entonces todo esto habrá tenido sentido.
Entonces, el cuerpo —el tuyo, el mío, el de la obra—
habrá encontrado su equilibrio.
En cinco.
Siempre en cinco.