Sobre desgaste, memoria y lo que permanece cuando el objeto se va
No hay un momento exacto.
Solo un día en que lo notas.
Ya no brilla igual.
La suela está vencida.
Las marcas ya no son accidentes, sino historia.
Y entonces lo entiendes:
Una zapatilla puede morir.
Y eso, lejos de ser triste, es profundamente bello.

El desgaste como escritura
Cada pliegue es un gesto que se repitió.
Cada mancha es un lugar al que fuiste.
Cada grieta… una decisión que tomaste.
No lo sabes al principio.
Pero mientras las llevas, las estás escribiendo.
Y llega un punto en que el objeto ha cumplido su ciclo.
No por romperse.
Sino porque ya ha dicho todo lo que tenía que decir.

La belleza del resto
Cuando muere una Sigma, no se tira.
Se guarda como quien guarda una carta.
Un trozo de sí mismo, pero también un trozo tuyo.
Un día fue nueva.
Luego fue tuya.
Y un día dejará de servir.
Pero nunca dejará de significar.
Porque aquí no vendemos moda.
Vendemos memoria.
Y la memoria, como el alma, no se puede reemplazar.

La consagración de lo usado
Hay quien quiere tener una Sigma y dejarla intacta.
Como si el valor estuviera en no tocarla.
Pero la verdadera consagración no está en conservarla perfecta.
Está en vivirla hasta que muera.
Solo entonces cumple su propósito.
Solo entonces se vuelve parte de algo más grande.
Solo entonces renace como recuerdo.

El Ritual también incluye el final
Por eso cada modelo tiene su último par: la Leyenda (5/5).
Porque entendemos que todo lo valioso tiene un punto de fuga.
Un cierre.
Una muerte simbólica.
Y si lo sabes ver…
es ahí donde aparece lo sagrado.
En lo que no se repite.
En lo que se desgasta contigo.
En lo que se entrega, incluso sabiendo que desaparecerá.
¿Qué harás cuando la tuya muera?
Algunos la enmarcan.
Otros la guardan con cuidado.
Otros la siguen usando… hasta que solo quedan los restos.
Pero todos, sin excepción, recuerdan.
Porque no era una zapatilla cualquiera.
Era una parte del viaje.
Y en ese viaje, como en la vida,
todo lo que muere con belleza… sigue hablando.